

The Day After
Season 1 Episode 8 | 1h 13m 38sVideo has Closed Captions
Ana feels certain Cristina is Alberto’s true love. Dona Blanca discovers Max’s identity.
Back from Paris, Ana feels certain that Cristina is Alberto’s true love. Meanwhile, Dona Blanca discovers Max’s true identity.
Problems with Closed Captions? Closed Captioning Feedback
Problems with Closed Captions? Closed Captioning Feedback

The Day After
Season 1 Episode 8 | 1h 13m 38sVideo has Closed Captions
Back from Paris, Ana feels certain that Cristina is Alberto’s true love. Meanwhile, Dona Blanca discovers Max’s true identity.
Problems with Closed Captions? Closed Captioning Feedback
How to Watch Velvet
Velvet is available to stream on pbs.org and the free PBS App, available on iPhone, Apple TV, Android TV, Android smartphones, Amazon Fire TV, Amazon Fire Tablet, Roku, Samsung Smart TV, and Vizio.
Providing Support for PBS.org
Learn Moreabout PBS online sponsorship-¿No tienes la sensación de que va a ser el mejor fin de semana de nuestra vida?
-¡Sorpresa!
-No pensaba que se fuera a presentar aquí.
Esta noche voy a ir a cenar con ella, pero a la una te voy a ir a buscar a la habitación.
Vamos a usar la cabeza, por favor.
-Esa es la única parte de mi anatomía que no pienso usar esta noche.
-Tu marido tiene una cama en el hospital, gracias a mí.
-Si quieres que tu marido siga allí, ven a verme a esta dirección.
-Doña Cayetana y su esposo la esperan en el probador.
-No me encuentro bien.
¿Podría mandar a otro?
-Sabe muy bien que esos señores siempre la reclaman.
-Vamos a ver.
-¿Por qué no está aquí Luisa?
-Luisa ha tenido un accidente.
Si quiere una modista, aquí tiene una.
Pero si quiere otra cosa, va a tener que buscarla fuera de mi taller.
-¿Doña Cayetana?
-Sí.
-¿Podría hablar con usted un momento?
Es sobre don Francisco.
-Mi marido se ha encaprichado de ti, sí, ¿y qué?
Lo cierto es que no eres la primera ni serás la última.
-¿Te creías que no sabía nada?
¿Y que no me lo iba a decir?
¿Qué pensarías tú si yo le dijese a tu esposo la otra visita que me hiciste en la pensión?
-No lo haga, por favor.
-¿Crees que te mereces que yo te haga algún favor?
-Voy a pedir que se case conmigo.
-Te estás precipitando, Pedro.
-No, no, que son seis años.
Es el momento justo.
¡Clara!
-¿Te quieres casar conmigo?
-¿Estás rezando, Pedro?
-Tampoco creo que te cueste mucho imaginar qué es lo que va a pedirte, ¿no?
-Tendrás que darle una respuesta.
-Pedro.
-¿Quién?
-Se llama Manolito.
Es mi hijo.
Bueno, mi hijo y el tuyo.
-¿Mi hijo?
-Lo tengo todo preparado.
-Le dije que necesitaba dinero por la mañana, así que me imagino que iré al banco primero ahora.
Nos vemos allá.
-Ayer te dije que iba a ayudarte.
Toma.
Son los ahorros de 20 años de trabajo.
Espero que entiendas el valor que tiene este dinero.
La mitad de lo que Blanca tenía en su cartera ya.
Tu parte.
¿La cartera?
La tenía aquí en el bolsillo.
Me la han robado.
¡Ha sido él!
-Mi nombre es Maximiliano Escobar.
Me crié en el orfanato Virgen del Carmen.
Cuando tenía siete años conocí a Eduardo.
Su madre también la había abandonado y sabía su nombre.
Blanca Soto Fernández.
Siento haberle mentido.
-¿Dónde está mi hijo?
-Falleció hace tres meses.
-Ha venido un hombre a hablar conmigo.
Se habló de Cuba, señora.
-No me lo dijiste, pero me informaron de que alguien te chantajeó.
Alguien que sabe muchas cosas de tu pasado y del de Rafael.
Cosas que interesarían mucho a mi sobrino Alberto.
-No se te ocurrirá.
-Uno se vende al mejor postor.
Pilar ha resultado ser muy buena postora.
-¿Cuánto quiere ahora?
-El doble de lo que me dio la última vez.
-Es usted un desgraciado.
-Mañana por la noche.
[♪ Alba Llibre: "Falling in Love"] -Doña Gloria, qué sorpresa verla por aquí a estas horas, aún no hemos abierto.
-Sí, buenos días, Emilio.
Bueno, es que vengo a traerle un listado de los invitados a la boda a mi hijastro, porque creo que ya están preparadas las invitaciones.
-Según me han dicho, don Alberto no llega de París hasta dentro de un par de horas.
-Ah, pues no sé, me habré liado con los horarios de los vuelos, pero en cualquier caso se lo dejaré sobre la mesa y así lo ve cuando llegue.
-Gracias.
-Buenos días.
-Buenos días, doña Gloria.
-Buenos días, Clara.
-Discúlpeme, no la oí llegar, estaba con todo el papeleo... Aún no se sabe que hoy es día de pago.
-No te preocupes.
-¿Puedo ayudarle en algo?
-Pues mira, te traía una lista con los nombres y las direcciones para las invitaciones, porque creo que ya están aquí.
Sí, en cuanto llegue don Alberto se lo entregaré.
-Gracias.
-Espera un momento.
Me lo he pasado muy bien, Alberto.
Gracias.
Solo eso.
-Don Alberto, doña Cristina.
Bienvenidos.
-Gracias.
-¿Qué tal el viaje?
-Fantástico.
-Muy bien.
¿Le subo las maletas a su despacho, don Alberto?
-Sí, Pedro.
Gracias.
Alberto.
¿Estás bien?
-Sí, sí.
Solo estoy un poco cansado.
Además, hay muchas cosas que hacer aquí.
-Entiendo que estás nervioso, pero todo va a salir bien.
-Ya lo verás.
-Ya lo sé.
Gracias.
Emilio.
-Espero que hayan disfrutado del viaje.
-¿Alguna novedad?
-En su ausencia han llegado las invitaciones de boda.
Doña Gloria ha dejado en su despacho las direcciones de los invitados de la familia para que les sean enviadas cuanto antes.
-Me pongo con ello ahora mismo.
Muchas gracias.
Te veo arriba.
-¿Algo más?
-Pues nada reseñable.
Nada excepto su hermana.
Llega cada día a su hora y le aseguro que vende más que el resto de las dependientes.
-Gracias, Emilio.
-Y con esto habríamos terminado.
-Muchas gracias por todo, querida.
Eres fantástica.
-El mérito es de la modelo.
-Muchas gracias.
-Alberto.
¿Qué tal?
¿Cómo ha ido en París?
Dime que me has traído algo.
-Qué contenta estás.
-Bueno, es que no puedo alegrarme de ver a mi hermano.
-Sería la primera vez.
No sé por qué tendrías que empezar ahora.
Ya me han dicho que no paras de vender.
-Bueno, sé que no me creerás cuando te diga que me encanta ese trabajo, pero es la verdad.
-Chica, ¿qué prisas?
¿Tantas ganas tienes de volver a trabajar?
-Lo que tengo ganas es de soltar todo esto.
-¿Vamos a hablar un minuto?
-No.
-¿Qué pasa?
-Lo siento.
-Vamos a hablar, por favor.
Ana.
-¿Necesita alguna cosa?
-No, gracias.
-Ana.
Los encargos os esperan en el taller.
-Yo también me alegro de verle, tío.
-¿El viaje?
-Bien.
Mucho trabajo.
-Como debe de ser.
-Pues nada, chica, ya estamos aquí otra vez.
Mira que yo no había salido de mi casa más que para ir a Madrid, pero dos días y como que ya me había acostumbrado, ¿sabes?
Y ahora, a olvidarse de París.
¿Te imaginas que nos hubiésemos quedado a vivir ahí?
Yo sí que me lo imagino.
-Ojalá todos los días de mi vida fueran así.
-Lo serán.
[♪ música alegre] -¡Seré!
¡Que te quiero!
[habla en francés] [♪ música alegre] -¿Me estás escuchando?
¡Ana!
-Date prisa, que tenemos que irnos.
-Mira, hija, ya.
-Buenos días.
-¡Hombre!
-¿Qué tal, Mateo?
-¿Te estabas escondiendo de mí?
-¿Cómo ha ido todo?
-Muy bien.
Las modelos están convocadas.
-Madre mía, las modelos, ya te contaré.
-Los pedidos de tela están en marcha y yo aquí esperando desde primera hora de la mañana que me cuentes tus novedades.
¿Tu viaje?
-Para la empresa, bien.
-Como subdirector, me encanta oír eso.
Como amigo, me preocupa que sea el único que tengas que contarme de la ciudad del amor.
-La ciudad del amor.
-Y además, te hemos traído un regalito.
-¿Ahí sí?
¿Qué es?
Pues esto es una boina de toda la vida de Dios.
-Pero, mujer, que no te la tienes que poner a rosca, que esto se pone así, es más sutil, más elegant.
Bueno, cuéntales con quién te cruzaste en el restaurante.
-¿Con quién?
-Con Coco Chanel.
-¿Qué dices?
¿Le dijiste algo?
-No, porque la vi y volví a mirar y ya no estaba y no pude.
-¿Y subisteis a la Torre Eiffel?
-Sí, por la noche.
Se ve todo París iluminado, más bonito.
-Sí, Raúl decía que era como si el cielo se reflejara en el suelo.
-Raúl, Raúl, ¿el señor de La Riva Raúl?
-Sí.
-¿Y qué tal los parisinos?
¿Son tan guapos como dicen?
-Uy, yo no digo.
Y quien no dice no otorga.
-Pero bueno, vuleves de París y no pasas a saludar a tu hermana.
-¿Qué tal estás?
¿Alguna novedad?
-¿Me acompañas a fumar un cigarro y me cuentas tu viaje a París?
-Sí, claro.
Y la comida, tienes que probar la comida francesa, Clara.
Mucha mantequilla, pero a ti eso te daría igual que comas lo que comas siempre estás estupenda.
No digo yo que un buen cocido no sea para chuparse los dedos, pero es que los croissants que ponían para desayunar en el hotel, un pecado mortal.
-¿Me estás escuchando?
-Sí.
-¿Y qué he dicho?
-Que te gustó mucho la Torre Eiffel.
-¡Rita!
Es que es Mateo.
-¿Otra vez con eso?
¿Qué perra te ha dado, chica?
-Que yo no he hecho nada, que es él que me está buscando las cosquillas.
Me ha dicho que Pedro me iba a pedir que nos casáramos.
-¿Y no te lo ha pedido?
¿Que te lo iba a pedir?
¿Pero qué me dices?
¡Pues me dejas de piedras, chica!
-¿Pero tú lo sabías?
-Pues sí, sí.
¿Pero y qué iba a hacer?
¿Iba a ir corriendo a contártelo?
-Pero lo más importante es si va a pedírmelo por qué no lo ha hecho.
-¿No habrá encontrado el momento adecuado?
-Pues yo sé que lo ha encontrado para contárselo a todo el mundo.
-¿Y tú quieres que te lo pida?
[♪ música alegre] -¡Hola!
¡Qué bien!
Ya creía que me ibas a dejar sola con las invitaciones.
El texto está bien.
La caligrafía es preciosa y el color yo creo que va perfecto sobre el blanco roto del papel.
¿Qué te parece?
-Bien.
-Si hay algo que no te convenza, dilo ahora, ¿eh?
Si no, las vamos a tener que enviar dos veces.
-No, están bien así.
-Y había pensado que podíamos incluir un dibujo nuestro debajo del texto.
Desnudos, con una rosa en la boca.
¿Cómo lo ves?
-Si a ti te parece bien.
-El que me parece que no está bien eres tú.
-Estoy bien.
Estoy cansado.
Me hubiera gustado descansar antes de incorporarme.
-Ya.
Ha sido culpa mía por tenerte despierto hasta tan tarde.
Pero si te digo la verdad, no me arrepiento en absoluto.
-Yo tampoco.
-Voy a echar muchísimo de menos esa sonrisa por las mañanas.
-Cualquiera que te oiga ni que hubiéramos estado ahí una eternidad.
-No.
Eso después del matrimonio.
Y oye, que si te arrepientes todavía estás a tiempo.
¿Por qué no te tomas el día libre?
Podemos pasarlo buscando por Tom Collins... -Tengo trabajo con esto, Cristina.
-Y yo no te estoy dejando, ¿verdad?
Lo siento.
-No es eso, mujer.
-No, no, no.
Si en el fondo me encanta que seas así de responsable.
-¿No te molesta?
-Lo que me preocupa es verte con esa cara.
Me llevo una para enseñársela a mis amigas.
-Adiós.
-Adiós.
-¡Uy!
¡Mateo!
-¡Bonjour, mademoiselle!
-Bonjour.
-No esperaba encontrarte por aquí.
Pensé que estarías descansando después de tu viaje.
-Bueno, es que hay que hacer muchas cosas antes de una boda.
Sobre todo si en lugar de ocuparte de ellas decides irte de viaje a Paris.
-No sé si se sorprendió más Alberto o yo cuando me contó que estabas por allí.
-Pues espero que él y que la sorpresa fuera buena.
-Dímelo tú.
No me lo digas, tu sonrisa te delata.
Por un momento creía que Alberto no habría tenido tiempo para atenderte con todo el asunto de las telas, pero es evidente que no ha sido así.
-Si uno sabe organizarse bien hay tiempo para todo.
-Cierto, las tiendas cierran a las ocho y queda toda la noche por delante.
-Bueno, supongo que la cena duró un poco más de la cuenta, que yo había tomado dos copas de más y que lo estábamos pasando tan bien que se nos fue el santo al cielo.
-Y ya sabes.
-No, no lo sé.
Cuéntamelo.
-Pero tú... -¿Qué?
-Tú, tú eres un listo y un golfo.
-¿Pero por qué?
Cuéntamelo, cuéntamelo.
-Todo lo que necesitas saber es que soy una buena chica.
Adiós, Mateo.
-Adiós.
[♪ música pop] -Esto sí que es vida.
Ya podría Doña Blanca ponerse enferma todos los días.
[tono de móvil] Era para ti.
Tienes que hablar con él, Ana, que igual te estabas preocupando sin razón y la otra noche no pasó nada.
-¿Qué ha pasado?
Torre Eiffel, Coco Chanel y cosas maravillosas, pero por esa cara que traes, el viaje de vuestra vida no ha sido.
-No ha sido lo que yo esperaba.
-Cristina se presentó en París.
-No.
-Tuve que quedarme con Rita en el hotel esperando que volviera a cenar con ella.
-Espera, que eso no es lo peor.
-Llegó dos horas tarde.
Encima vi a Cristina meterse con él en la habitación.
-Conclusión, nunca te quedas en un hotel esperando por un hombre.
-Ay, Ana, lo siento.
-No te preocupes.
¿Aquí qué tal?
¿Cómo os ha ido?
-Os he echado mucho de menos.
-Y nosotras.
-Bueno, y lo mejor de todo ha sido Doña Blanca, que últimamente se comporta como si tuviera corazón.
-¿Alguien se lo habrá robado?
¿O qué?
-Fiebre no tiene.
-¿Qué sabrás lo que tengo?
-Pues no, no lo sé.
¿Y sabe por qué?
Porque nunca me cuenta nada.
Pero eso es algo a lo que ya estoy acostumbrada.
Perdóneme por preocuparme por usted, madre.
¿Quiere que llame a un médico o no?
-No, voy a la trabajo.
-Doña Blanca.
[llanto] Doña Blanca, ¿se encuentra bien?
-¿No contesta?
-No, inténtelo usted.
-Doña Blanca.
Vuelva a su trabajo.
¿Doña Blanca?
-Es que no me pueden dejar tranquila ni cinco minutos.
Voy.
-Solo quería comprobar si estaba bien.
-Pues no, no estoy bien.
Le sorprende, ¿verdad?
-Pues sí, me sorprende.
Yo pensaba que era usted la única persona en el mundo capaz de no enfermar ni un solo día en 23 años.
¿Quiere que le llame al médico?
-No, gracias.
-No se preocupe por el taller.
Rita se encargará de las modelos que van a pasar los trajes del señor De la Riva.
-Muy bien.
-¿Si necesita algo?
-Me las arreglaré, no se preocupe.
-Pensaba que no ibas a venir.
Llevo todo el viaje intentando hablar contigo y no me lo has puesto nada fácil, la verdad.
-Tengo que volver al taller, así que si quieres hablar, habla.
-Es porque se me hizo tarde en París, por eso estás tan enfadada.
Cristina había venido desde Madrid solo para darme una sorpresa.
Quería pasear después de cenar.
¿Qué tenía que hacer?
Nada más llegar al hotel fui a tu habitación.
Te estuve llamando a la puerta.
-¿Nada más llegar al hotel?
-Sí.
-Alberto, vi cómo Cristina entraba en tu habitación mucho tiempo antes de que vinieras a la mía.
-No pasó nada, Ana.
Se tomó una copa en mi habitación y luego se quedó dormida.
-¿En tu cama?
-¿Qué iba a hacer?
-¿Despertarla y echarla?
-¡Contármelo!
-No quería que te preocuparas.
-¿Preocuparme por qué?
Si no pasó nada.
¿O sí?
-No pasó nada, ya te lo he dicho.
-Y si pasara, Alberto, ¿me lo contarías?
¿O tampoco me querrías preocupar?
-No.
Tienes razón, te lo tenía que haber contado.
Lo siento.
-Yo te quiero, Ana.
-Y yo.
Pero ya no es suficiente.
Necesito tiempo, Alberto.
-¿Tiempo para qué?
-Tiempo para no sentir que me traicionas cada vez que estás con ella.
-Yo no te estoy traicionando, Ana.
Yo me estoy sacrificando por los dos porque tú me lo pediste.
¿Ya no te acuerdas?
-Sí.
Pero no es tan fácil.
-Así que pónganse a trabajar.
Como si estuviese doña Blanca.
Y si hubiese algún problema... -No se preocupe, don Emilio.
Yo me encargo.
No va a haber ningún problema.
-Eso espero.
-¿A qué estás esperando?
-¿Qué pasa?
-Doña Blanca que ha dejado a Rita a cargo del taller.
¿Quieres hablar?
-Ahora no, gracias.
-Venga, señoritas, no se detengan, que no queremos que las coja el frío.
Quiero que cuando llegue el señor De la Riva estén tomadas todas las medidas de las modelos.
-O sea, al final va a resultar que has nacido para mandar, Rita.
-Doña Rita.
¿Sabes lo que más me gusta de esto?
Que doña Blanca no está.
Que no es que me alegre de que esté enferma, ¿eh?
Que no soy así de mala.
Pero no sabes lo bien que se estaba en París sin sus gritos.
¡Mercedes, hija, un poco de vida, que es para hoy!
-Luisa, tienes una visita abajo.
-Aquí, las medidas.
-¿Juan?
-¡En carne y hueso!
Bueno, casi más hueso que carne.
-¡Madre mía!
-¿Pero qué haces aquí?
-Que me han dado el alta.
Creen que la enfermedad se ha remitido del todo.
Estoy mejor, Luisa.
Y ahora mucho mejor.
Bueno, ¿y tú qué tal estás?
-Pues bien.
Ahora muy feliz.
¿Pero por qué no me has dicho que venías?
-¿Y perderme esa cara de sorpresa?
[risas] -Estoy ocupada, Pedro.
-¡Pero ni que lo jures!
Que no me has saludado.
Pero que te tengo que traer unos croissants para que me hagas caso!
-¡Ahora no puedo!
-¿Qué te hablo?
¿En francés ahora?
¿Rita puedes...?
¡Te esperan arriba!
Oye, por favor, ¿se puede saber qué te pasa?
-¡Que estoy harta de estar en medio!
Me dices que vas a pedirle a Clara que se case contigo y de pronto te echas atrás.
¡A mi hermana la tienes loca perdida!
-A ver, ella no sabía que yo me iba a casar con ella, ¿eh?
-Pues resulta que sí que lo sabía.
¿Qué es lo que no me estás contando?
Pedro.
-Si se lo digo, me deja.
-No digas tonterías.
-Que sí.
Que ella no lo va a entender nunca.
Ella no es como tú, Rita.
Siempre he pensado que si cometo el mínimo error ella me deja, Rita.
Es que tú siempre estás siempre que lo necesito, ¿no te das cuenta?
-Menos ahora.
Ahora me marcho, que tengo mucho trabajo.
Adiós, Pedro.
-Es sopa.
Sé que no le gusta.
-Lo siento.
Sé que no he sido la mejor madre para ti, pero te aseguro que siempre he hecho lo que creía que era lo mejor.
-Tómesela.
-Gracias.
-¿Sabe?
He echado muchas cosas en falta de usted cuando era niña.
Pero hay una que sí que me ha enseñado bien.
Y es que, pase lo que pase, hay que levantarse y salir adelante.
-Si lo prefiere más oscuro, tendría que ser ese de ahí.
Si me disculpa un momento.
Carmen.
-¿Has ido ver a tu madre?
-Sí.
-¿Cómo se encontraba?
-Pues parece que está mejor.
Al menos ha comido algo.
-Me alegro.
-Max, gracias por preguntar.
-Muchas gracias.
Disculpe, señora, estaba atendiendo.
-No te apures.
Tengo todo el tiempo del mundo.
Además, tratándose de la empleada de la semana, supongo que estará muy ocupada.
Se comenta hasta en el club de campo.
Sí, hija, sí.
Estás en boca de todos.
-Le agradezco el cumplido, señora.
-¿Señora?
Ah, entiendo, quieres ser la empleada del mes.
Muy bien, pues busco un regalo.
-¿Para quién?
-Para mi hija.
Es más o menos de tu edad.
Y estoy segura de que me puedes ayudar a darle una sorpresa.
Bueno, pues una joya.
Me parece un regalo fabuloso.
¿Qué le parece este solitario?
O un collar de oro, 24 kilates.
-Precioso.
-Estoy segura de que su hija no pondrá pegas a un regalo tan delicado y excepcional.
Sobre todo si se trata de un regalo de disculpa.
-¿De disculpas, yo?
-Bueno, hay gente que no sabe decirlo con palabras y prefiere usar un regalo.
Seguro de que a su hija no le importa.
Estoy convencida de que es una chica excepcional.
-Sí, hasta que dejó de hacer caso a su madre.
¿Sabes qué?
Te agradezco el esfuerzo, pero creo que he cambiado de opinión.
Al fin y al cabo, mi hija está muy por encima de bienes materiales.
Fíjate que hasta se ha puesto a trabajar y parece que hasta le gusta.
Así que no le voy a hacer el regalo.
No vaya a ser que piense que no valoro su capacidad para comprárselo con su trabajo.
Gracias, ha sido un placer y no te preocupes porque cada vez que quiera comprar algo serás la primera dependienta a la que recurra.
-Buenas tardes, señora.
-Le diría que se lo gastaran en ropa, pero me estaría aprovechando.
¿Nombre?
-Elena, Elena Jiménez.
-Nombre precioso.
-Eso se lo ha dicho a todas.
-¿Qué culpa tengo yo de que tengan unos nombres tan bonitos?
Creo que ya están listas y ahora lo más importante, mi tarjeta.
Guárdenla bien, vale mucho más que esos talones.
-Disculpe Don Mateo, no sabía que estaba tan ocupado.
-No se preocupe.
Chicas, os presento a Clara, mi secretaria.
Clara, te presento a Ana, Sara, Matilde, Julia.
-Yo soy Elena.
-Es fácil confundirse entre tanta belleza.
-¿Dónde quiere que le deje su café?
-Donde quieras.
-Buenas tardes, Don Alberto.
-Disculpen, voy a pedirles que se marchen antes de que comprueben que este señor es mucho más atractivo que yo.
Gracias.
Gracias.
Hasta luego, Elena.
Un poco pronto, ¿no te parece?
¿Qué ha pasado?
-Ana en París vio entrar a Cristina a mi habitación.
-¿Está enfadada?
-Un poco.
-¿Tiene motivos para estarlo?
-Si me estás preguntando si me he acostado con Cristina, la respuesta es que no.
Pero me tengo que alejar de Cristina, Mateo.
Ana es la mujer de mi vida, estoy haciendo todo esto por ella, pero no sé qué me está pasando.
-¿Quieres que te lo diga yo?
-Cristina es una mujer atractiva, inteligente, divertida.
He visto cómo te ríes con ella muchísimas veces.
Es fácil la relación, es fácil sentirse a gusto con ella.
Piensa, ¿y si Ana no existiese?
¿Crees que podrías ser feliz con Cristina si Ana no existiese?
Responde a la pregunta, Alberto.
¿Qué pasa?
-"Si no quiere ver estas fotos en los periódicos, deja un maletín con 100.000 pesetas en la calle Alcalá 158.
Hoy a las 10 de la noche".
Clara, ¿ha venido alguien a dejarme este sobre?
-No he visto a nadie, pero Pedro ha subido esta mañana el correo.
¿Lo habrá traído?
-Dígale que suba, por favor.
-No, Rosita, lo que me pides es imposible, yo tengo muchísimo trabajo.
De verdad que no tengo tiempo para nada, mira.
Quedamos esta noche y lo hablamos.
Vale, vale, quedamos ahí.
Venga, hasta esta noche.
Un beso.
Adiós.
-¿Con quién has quedado tú esta noche?
-Con mi primo, Roberto.
Que ha venido a Madrid y se queda esta noche en la ciudad.
-Ah, con tu primo.
-Sí.
-¿Últimamente quedas mucho con tus primos?
-Bueno, que tengo muchísimos.
-¿Y a tu primo Roberto le dices un beso?
-Bueno, sí, sí.
Sí, porque sabes que somos uña y carne.
Yo te invitaría a que vinieras con nosotros, pero ya sabes cómo es Roberto con sus cosas, que si no eres de familia es cabezón, cabezón, cabezón.
-Ya, anda, sube al despacho que don Alberto quiere hablar contigo.
Y dale recuerdos a tu primo Roberto de mi parte.
-¿Tú lo has oído, no, Rita?
-¿El qué?
-Que me ha mentido en toda la cara.
Que me ha dicho que esta noche ha quedado con su primo Roberto y le he oído como decía "un beso".
"Un beso".
Tú a tu primo no le dices "un beso", un abrazo todavía, pero "un beso".
-A ver, a ver, a ver.
Frena, que igual estás siendo un poquito desconfiada.
-Tienes que ayudarme con Pedro, por favor.
Necesito saber qué es lo que está pasando.
-Llámame loca, pero ¿has probado a preguntarle?
-Tienes que seguirle.
-¿Qué?
-Sólo para saber con quién ha quedado.
Si me ve a mí, pensará que pasa algo raro, pero de ti no va a sospechar nunca.
-Pero tú te estás oyendo.
-Rita, por favor, necesito saber si me está engañando.
-Que no, que no.
Que Pedro y tú sois novios y los novios hablan para resolver sus problemas.
-Que no, que Rita ni nada.
Que me prometí a mí misma que no me voy a volver a meter en medio.
Que tenéis vuestra vida y yo tengo la mía.
No quieres casarte con él, pero tampoco quieres que te deje.
Si se preocupa por ti, te agobia.
Y si no, no te hace caso.
¿Tú sabes lo que quieres?
-Con menudos humos has venido tú de París, ¿no?
-¿Por qué?
Porque ahora te digo la verdad.
-Le juro por Dios que nunca había visto este sobre.
-¿Cómo está tan seguro?
Es un sobre normal.
-Claro, es normal, porque no lleva matasellos.
Todos los sobres de la galería llevan matasellos.
-Alguien lo ha dejado aquí esta mañana.
Gracias, Pedro.
Se puede marchar.
-No tiene sentido, Mateo.
Todo el mundo aquí sabe que no tenemos dinero.
-Saben que harás lo imposible para conseguirlo.
-No sé lo que voy a hacer, pero como Gerardo y Cristina se enteren de esto, estamos vendidos.
Si no tuviera suficientes problemas ya.
-¿Problemas?
-Pensaba que te habías ido a casa.
-¿Malas noticias?
-Nada grave.
-Anda, déjame ver, que seguro... -Que no, mujer.
-Está bien.
Hola, Mateo.
-Hola.
-Necesito vuestra opinión.
Mateo.
-Así que aquí es donde vives.
Tal y como me lo habías contado, me lo imaginaba peor.
-Bueno, prueba a dormir una noche en esta cama y lo mismo cambias de opinión.
-Es lo que tenía en mente, la verdad.
-¿Qué haces?
¿Qué haces?
[tos] ¿Estás bien?
-El médico dijo que la tos era el último que se iba.
-Ya, y que la idea de la ciudad no creo que te venga muy bien.
¿No crees que podríamos irnos al pueblo a vivir?
-Luisa, aquí tienes un buen trabajo.
-Ay, perdona, hija, la costumbre.
-No, no, no, esperad, esperad.
Es Juan.
-¿Tu Juan?
-Sí, ellas son Rita y Ana, mis más mejores amigas.
Las que han hecho que pueda soportar estar sin ti.
-No, si al final un momento tan bonito nos vas a hacer llorar.
-Ha merecido la pena, ¿eh?
-Me ha hablado mucho de vosotras y de todo lo que le habéis ayudado en este tiempo.
Seguro que no te ha contado lo que nos ha ayudado ella a nosotras.
Ven aquí, tú también.
-Qué se pone... -¿Qué vais a hacer ahora que está recuperado?
-No me digas que os volváis al pueblo o que me matáis de un disgusto.
-No lo sé, no lo hemos hablado todavía, pero igual nos vamos y me busco otro trabajo.
-Pero ¿y dónde ibas a estar mejor que aquí?
-Pues ya lo sé, pero tú no vas a ser la encargada de toda la vida.
Además, a mí ya me echaron una vez.
-Bueno, te equivocaste, te perdonaron y al final no pasó nada.
¿O lo vas a volver a hacer?
-No, no.
-¿Qué te pasa, Luisa?
-Mientras estuvisteis en París, tuve un problema con don Francisco.
-¿Qué problema?
-Lo suficientemente grave como para poner en peligro mi trabajo.
Don Francisco hizo que me readmitieran, pues con las mismas puede hacer que me echen.
Pero no me mires así, no pasa nada.
Ahora estoy con Juan y eso es lo que me importa.
Ahora sé que mis esfuerzos han valido la pena, ¿no?
¿Vas a poder con ella después de lo de París?
-Pues mira que ahora soy jefe de taller y puedo ponerte una excusa.
-Podré.
Vamos.
-Ay, Ana, por favor, dime que está todo igual.
-No se preocupe, todo el mundo en París coge algo de peso.
Es normal, los croissants, los quesos, los patés.
-Sí.
-Pero parece que de momento está como antes, a no ser que esté metiendo tripa.
-Pues no te creas que no lo he pensado, ¿eh?
-Bueno, de todas formas, una cena en Le Petit Point bien merece la penitencia, ¿no?
-Uy, desde luego.
La comida es maravillosa.
Ay, Ana, ha sido una de las mejores noches de mi vida.
-¿Y después de la cena qué hicieron?
-Pues estuvimos paseando por los Jardines de Luxemburgo, por el Boulevard Saint-Michel... Bueno, es que Alberto parecía otro, ¿sabes?
Estaba como liberado.
Como si por fin, lejos de todo esto, pudiese ser el mismo.
Estaba feliz, hablador, atento, todo un caballero.
Bueno, tengo que confesarte que por un momento yo casi caigo en la tentación de dejar de comportarme como una señorita.
-Pero no cayó en la tentación, ¿no?
-No.
Pero ahora hemos vuelto y todo ha vuelto a ser como antes.
He encontrado a Alberto angustiado.
Ni siquiera le he prestado atención a las invitaciones de la boda.
¿Las quieres ver?
Mira.
¿Qué te parece?
-Muy bonitas.
-Yo pienso lo mismo.
Pero Alberto no les ha prestado atención.
Debe ser la empresa que no le deja dormir.
A veces me gustaría que no tuviera tanta responsabilidad y que no tuviera que dedicarle tanto tiempo y esfuerzo a intentar sacar todo esto adelante.
-¿Seguimos?
-Sí.
-Por favor, reconsidérelo.
Es importante para nosotros.
Gracias.
-Necesitamos ese dinero como sea.
-Ya no sé a quién más recurrir.
Hoy es día de cobro, utiliza las nóminas.
-¿Y dejar a los trabajadores sin cobrar?
No puedo, Mateo, no puedo hacerles eso.
-Entonces no pagues, no cedas al chantaje y deja que Cristina se entere de que todo era una mentira.
-Todo lo que hemos hecho no sirva para nada.
Todo lo que está sufriendo Ana... -Alberto, quizás sea mejor demorar el pago unos días que dejar que se hunda la empresa.
-Emilio, ha llegado ya el dinero de las nóminas.
Adelante.
-Buenas tardes.
-Siéntese, Emilio.
-Si me disculpan, Emilio.
-¿Está todo?
-Estaba a punto de repartirlas cuando he recibido su llamada.
-¿Pasa algo?
-Voy a necesitar ese dinero.
Hay una serie de pagos pendientes que no pueden retrasarse y no me queda más remedio que utilizarlo.
-¿Va a dejar a los trabajadores sin cobrar?
-Solo por unos días, hasta que dispongamos de liquidez.
-Con el debido respeto, no entiendo cómo puede contratar un nuevo diseñador y viajar con él a París si no dispone de liquidez.
-A veces hay prioridades, Emilio, mucho más... -¿Hay mayores prioridades que la de pagar a sus empleados?
-¿Usted cree que lo haría si no tuviera otra opción?
-Sinceramente, no tengo la más remota idea.
Con su permiso.
-Muchas gracias, Ana.
-¿Cómo ha ido?
-Tengo que meter un poco en la cintura y unos pespuntes al forro.
-No te he preguntado por eso, boba.
-Ya lo sé, Rita.
Me ha contado su maravillosísimo viaje a París con Alberto.
-No, si ya sabía yo que no era buena idea dejarte a solas con la estirada esa.
-Bueno, por lo menos me ha dejado caer que entre ella y Alberto no ha pasado nada.
-¡Ves, te lo dije!
-Sí, ya lo sé, Rita.
Si yo sé que Alberto me quiere, nunca haría nada así para hacerme daño.
-Entonces, ¿por qué no le perdonas?
¿Por qué sigues tan furiosa con él?
¡No escucho las máquinas, señoritas!
¡Esto es un taller de alta costura!
¡Si quiero escuchar los chismes de dos cotorras, me voy al mercado!
Y usted no se ría tanto, a no ser que quiera pasar el resto de sus horas de descanso cosiendo botones.
Eso no es igual que doña Blanca.
¿Verdad?
-Igual.
-Un día más y no me reconozco.
¡Vamos!
-¿Qué estás haciendo?
-Quiero hablar con usted.
Y creo que esta es la mejor oportunidad que voy a tener.
-Muy listo.
¡Ayuda!
-¿Cómo está?
-¡Ayuda!
¡Ayuda, por favor!
¡Es que no hay nadie ahí fuera!
-¿Va a pasarse el resto de su vida sin dirigirme la palabra?
-¿Crees que tengo algo que decirte?
-Estaba preocupado por usted.
-Ya.
-Entiendo que no me crea, pero es cierto.
Nunca nadie se había preocupado por mí como usted.
-¡Cállate!
-Puede que no sea su hijo, pero es la única madre que he conocido y que se ha comportado como tal.
-Si estás preocupado por si voy a decirle a don Emilio que eres un farsante, deja de esforzarte.
No voy a hacerlo.
Pero no esperes nada más de mí después de lo que has hecho.
-¡Ayuda, por favor!
!¡¡Estamos aquí!
-¿Es doña Blanca, verdad?
-No, pero si Doña Blanca está en su cuarto enferma.
-¡Estamos en el ascensor!
-Que sí, que sí, que sí.
-Que no, que yo no he oído nada.
¿Tú has oído algo?
Que no se va a morir ahí dentro.
Ya está.
-¿Rita?
Esa risa es inconfundible.
¿Rita?
-¿Doña Blanca está usted ahí?
-Sí, y usted debería estar ya al teléfono.
-Bueno, no se preocupe, que enseguida llamamos a un técnico.
Este es el ascensor.
[♪ música alegre] Se ha parado entre el primero y el bajo.
[♪ música alegre] -Se parecía a usted.
Era un buen chico.
Bastante mejor que yo.
Estaba convencido de que su madre no le podía haber abandonado por voluntad propia.
-En eso tenía razón.
¿Dónde está?
Su tumba, ¿dónde está?
-En Almudena.
Si quiere puedo acompañarla hasta allí.
-Si quiero ir acompañada no te preocupes que tengo de quién.
-Tengo una hija, ¿recuerdas?
Una hija de verdad.
-Una hija a la que ha mentido durante 20 años.
-¿Te atreves a juzgarme?
-No la juzgo.
Es solo que pensé que entendería lo difícil que es enfrentarse a la verdad.
Pero ¿sabe qué?
A pesar de que ahora no quiera saber nada de mí, me alegro de haberlo hecho.
Vivir con una mentira así debe ser todavía más difícil.
-¿Se puede saber por qué han tardado tanto?
-He avisado en cuanto la he oído, doña Blanca.
-Asegúrese de que no vuelva a pasar, ¿está claro?
-Haré lo que pueda.
-Eso mismo dijo el último que vino y mire cómo estamos.
¿Y todos ustedes qué están haciendo aquí?
¡Esto no es un circo!
¡Vamos, todo el mundo a trabajar!
Esto es todo lo que ha conseguido que hagan en mi ausencia.
-También tomamos las medidas a las modelos.
-¿Y?
-Y organizamos el taller para cuando lleguen las telas.
-¿Y?
-¿Y qué quiere, doña Blanca?
-Es la asistente personal del señor De la Riva, dígamelo usted.
Ah, y si quiere presumir de aventuras parisinas, hágalo en sus ratos libres.
En mi taller la única palabra francesa que quiero oír es travail.
-Sí, doña Blanca.
-¿Y la señorita Rivera?
¿O es que también se ha dedicado a dar horas libres a las empleadas?
Vuelva a su puesto.
-¿Qué?
-Me piden 100.000 pesetas por no difundirlas.
¡Estoy harto!
No puedo más ya.
Yo no necesito estas galerías para ser feliz a tu lado.
Por favor pídeme que no las pague y te juro que se acabaron nuestros problemas.
No tengo que fingir que me voy a casar con Cristina, tú no tienes que esperarme en un hotel mientras me voy a cenar con ella.
Se acabó, se acabó todo.
-Págalas, Alberto.
Paga.
No hemos llegado hasta aquí para rendirnos ahora, Alberto.
Además nuestros problemas no terminarían aquí.
Llevo todo el día dando vueltas a lo que pasó en París.
-No pasó nada en París, Ana.
-Realmente no me importa lo que pasa en esa habitación.
¿Sabes lo que me importa de verdad?
Que siento que cada día te alejas más de mí, te acercas más a Cristina.
-Que haya pasado más tiempo con ella estos días no significa nada.
-Necesito que te aclares, Alberto.
Necesito que aclares lo que sientes por ella.
-Yo tengo muy claro lo que siento por ella.
-¿Sabes lo que sentías por ella al principio cuando estar con ella era una obligación?
-Sigue siendo una obligación.
-Te divierte.
Y es normal, te entiendo.
A mí también me divierte.
Creo que si no estás mejor con ella es porque estás pensando en no hacerme daño.
Yo sé que tú me quieres.
Y yo a ti te quiero.
Por eso necesito que durante unos días hagas como que no estoy allí.
-Lo que me pides no tiene sentido, Ana.
-¿Por qué?
¿Tienes miedo de darte cuenta que te has enamorado de ella?
-Porque es absurdo lo que me estás pidiendo, no tiene sentido.
-Quizás sea absurdo, pero nunca te he gustado por mi cordura.
Te he gustado porque siempre he sido valiente y he sabido enfrentarme a los problemas.
Y eso es justo lo que estoy haciendo ahora.
¿Tienes el dinero?
Pues paga.
Hazlo por nosotros, Alberto.
-¡Ana!
¡Lucifer ha vuelto!
-Cuando quiera Ana se pone a trabajar otra vez.
-Lo siento, doña Blanca, tenía un... -No lo agrave con excusas.
El mal ya está hecho.
[♪ canción en inglés] -Toma, Rita.
-¿Estás bien?
-Sí.
[♪ canción en inglés] -Aquí está.
No lo dobles, que se arruga con mirarlo.
-¿Tienes un momento?
Sé que estás trabajando, pero... -Estoy trabajando, usted lo ha dicho.
-No te entretendré demasiado, te lo prometo.
-Le he dicho que no.
-Otras veces has dicho que no, pero yo sabía que querías decir sí.
-Váyase o le juro que grito aquí mismo.
-Supongo que tener a tu querido marido cerca te carga de valor.
¿O eso es lo que tú te crees?
Es un hombre muy generoso.
Abandonar el hospital cuando aún está enfermo es todo un detalle por su parte.
-¿Eso es lo que te ha dicho?
Es mucho más generoso de lo que pensaba.
[tos] -Qué susto me has dado.
Pensé que alguien se había enterado de que estaba aquí.
-Don Francisco ha estado en las galerías.
-Entonces te ha contado que estoy enfermo, ¿no?
Que soy yo el que ha abandonado la clínica.
-¿Pero es verdad?
¿Por qué me has mentido?
No lo entiendo.
-Porque sé lo que pasó entre ese hombre y tú, Luisa, me lo contó.
Al principio me negué a creerlo.
No podía pensar que tú... Pero luego me di cuenta de que fue la única razón por la que pagó mi tratamiento.
-Lo siento, lo siento mucho.
-No tienes nada que sentir, ¿me oyes?
Ese desgraciado se ha aprovechado de ti.
Y no voy a permitir que siga haciéndolo.
-¿Y tu tratamiento?
-No hay nada más importante en mi vida que tú.
Nada.
Y si tengo que morirme para evitar que te ponga la mano encima, lo haré.
-¿Pero qué dices, Juan?
Tienes que volver a la clínica.
Habrá alguna manera de pagarla, ¿no?
-Sabes que no la hay.
-Pues te la inventas.
Hazlo por mí.
-Te prometo que lo hablaremos mañana.
Hoy es el primer día que estoy contigo en mucho tiempo.
Que puedo mirarte a los ojos.
Que te puedo acariciar.
Besarte.
No quiero que nadie nos estropee nuestro día.
-Pero es que... -Mañana.
-No sabes lo mucho que te admiro.
-¿A mí?
-Sí, a ti.
Eres la persona más fuerte que conozco.
-Ay, Rita.
-Que no, que es verdad.
Te han pasado un montón de cosas, Ana, y tú sigues ahí, sonriendo, como si no pasase nada.
-Vivir en un mar de lágrimas no soluciona nada.
-¿Lo ves?
Encima sabes qué decir.
-Rita, estuve siete años esperando por él.
Y al principio, pues estaba fatal, pero luego mejoré y conseguí ser feliz.
-Lo eras.
-Y lo volveré a ser.
Y tú también.
Solo necesitamos un poco de tiempo.
-Ojalá tengas razón.
Pues espero que doña Blanca y tu tío no se enrollen mucho, que tú y yo tenemos planes.
-¿Qué planes?
-El Pausa, mujer.
Que hoy es día de cobrar.
Necesitamos una alegría para el cuerpo.
-No se molesten en hacer fila.
-¿Qué pasa?
-Lamento comunicarles que los pagos se van a retrasar un par de días.
Don Alberto les pide disculpas.
Ha surgido un pequeño contratiempo que se intentará subsanar lo antes posible.
-Pero, don Emilio, ¿qué ha pasado?
-Un pequeño contratiempo, nada importante.
-¿Qué clase de contratiempo?
-Eso atañe a los gestores.
Nada que deba preocuparles a ustedes.
-¿Esto es algo habitual?
-No, es la primera vez que lo vemos.
-Menudo fastidio.
-Bueno, basta.
Por favor, por favor, por favor.
Sé que muchos de ustedes necesitan el dinero con urgencia, pero esta empresa ha cumplido siempre.
Serán solo dos días y en cuanto sepa algo más, yo se lo comunicaré.
Ahora pueden retirarse.
-Para irse de viaje con su prometida a París, sí que tiene dinero y ahora para pagarnos a nosotros, hay que esperar.
-¿Estás bien?
-Sí.
Vamos.
-Esperaba que me ayudase a dar la noticia.
No ha sido nada fácil.
-Aún no estoy recuperada del todo.
Lo siento.
-¿De verdad quiere recuperarse?
Porque no lo va a conseguir hasta que no deje salir lo que lleva escondido ahí dentro.
-No sé de qué me está hablando.
-Esta mañana le dije que solo la he visto enferma dos veces.
Ahora y hace 23 años.
Antes de que se marchase a Barcelona para hacer un curso de costura.
Si quiere podemos seguir haciendo como que yo no sé lo que le pasa, pero le aconsejo, por su bien, que haga algo por remediarlo.
-Pues a mí me da igual, no me voy a quedar en casa por culpa de esto, ya te lo digo.
Salimos.
A bailar, a beber, a gastaros la paga antes de que nos la hayan dado.
Que yo necesito estar lejos de ya sabes quién.
Y tú necesitas quitarte esa cara de vinagre, hija.
-Vale, salimos.
-¿Estás segura?
Oye que igual he presionado demasiado que si no te apetece ya me busco yo con quién.
-Salimos.
Noche de chicas.
-Noche de chicas.
-¿Y a mí nadie me ha avisado?
Voy a perdonártelo por esta vez, Rubita.
Pero para la próxima avísame un rato antes para que me pueda poner guapo.
-¿Cómo que Rubita?
Que tengo nombre.
-¿Ah sí?
¿Cuál?
-¿Y a ti qué te importa?
-Bueno, no pasa nada.
Solo que voy a tener que seguir llamándote Rubita.
Rubita.
-Rita.
Me llamo Rita.
Y es natural el pelo, que no es rubio teñido.
Que no es que rubio teñido esté mal, pero bueno, yo me llamo Rita.
-Y si me invitas a ese plan de chicas te dejo que me llames como quieras.
-Vamos a ir a El Pausa, que es un bar que está aquí al lado.
Seguro que a Rita le encanta que la invites a un San Francisco.
-Sí.
-Nos vemos entonces, Rubita.
-¿Tú no estabas con tu primo?
-¿Con mi qué?
Bueno, de eso quería hablarte, Clara.
-No me digas nada, en esta mañana no estabas hablando con tu primo.
Era Rosa María, ¿verdad?
-¿Cómo?
¿Cómo lo sabes tú?
-Pues porque no soy tonta, Pedro.
Bueno, ¿tú dirás?
-Siéntate, por favor, porque... -Estoy bien de pie, gracias.
-Bueno, estás bien de pie ahora, pero luego te vas a querer sentar.
Siéntate, que tiene la sillita al lado, por favor, Clara.
-Muy bien, pues ya está.
Me siento, me siento.
¿Contento?
Total, ya sé lo que tienes que decirme.
-No creo, no creo.
No sé lo que tienes en la cabeza, pero no creo que sea lo que yo te voy a decir.
-Mira, Pedro, si lo que quieres es salir con otra mujer, me lo dices y punto.
No tienes por qué sacrificarte para estar conmigo.
-¿Cómo?
Yo no quiero estar con ninguna otra mujer, ¿eh?
Para mí no es ningún sacrificio estar contigo.
Perdona, ¿lo dices porque para ti es un sacrificio estar conmigo?
-Pues la verdad es que no lo sé, Pedro.
-Ay, madre mía, madre mía.
Yo también me voy a sentar, Dios mío, de mi vida.
-Mira, cuando me enteré que me ibas a pedir que nos casáramos.
-¿Cómo?
¿Quién te lo dijo?
-Pedro, da igual.
Pensé que eso era lo que más ilusión me iba a hacer en este mundo, pero no.
Y luego también me dio rabia cuando no me lo pediste, pero yo en realidad no quería que me lo pidieses.
Y esa es toda la verdad.
¿Preferirías que me callara?
Sé que tienes dudas, yo también tengo dudas, y estamos los dos así, pues... pues a lo mejor no sé.
-No, no, no.
-No sé.
-¿No me estás dejando?
¿No me estás dejando?
¿No me estás dejando?
-Yo solo digo que creo que deberíamos darnos un tiempo para saber qué es lo que queremos los dos.
-Yo sé lo que quiero, ¿eh?
Quiero a la mujer que conocí en el pueblo hace siete años.
¿Te acuerdas?
Esa que siempre estaba conmigo.
Que siempre me escuchaba cuando lo necesitaba.
-A lo mejor yo ya no soy esa mujer, Pedro.
[golpes a la puerta] -¿Sí?
-Madre.
-¿Se puede?
-Sí, claro.
Me alegra ver que tiene mejor cara.
-Gracias, hija.
Pero no voy a ser capaz de descansar hasta que te cuente algo importante.
-¿Pero qué sucede?
No me diga que le pasa algo malo.
-No, no es sobre mí.
Sobre él.
Tu hermano.
-Que no, que la raya va mucho más larga, que es lo que se lleva en París.
-Ay, que no estás en París, estás en Madrid y vas a parecer un mapache.
-De verdad, chica, pinta y calla.
-Estás dando un modé.
-¿De modé yo?
Me lo dices tú, que está un chico intentando ligar contigo y ni te enteras.
-Pues sí que me he enterado, lo que pasa es que esto me pasa a mí todos los días, vamos, hombre.
Y además, que tampoco es tan guapo.
Y es un poco creído.
-De hecho, yo creo que lo mejor es que no salgamos hoy.
-Que no, tonta, si no es por él, es por ti para que te animes, que has tenido un día malísimo.
¿Tú crees que Alberto quedará hoy con Cristina?
-Es lo que le pedí.
Además, tú me dijiste que no podía vivir amargada y esperando.
Y es lo que estoy haciendo, Rita.
-Así me gusta.
Ahora que te digo una cosa, yo no sé si hubiera sido capaz de hacer lo que tú has hecho.
Pero ya verás, que vamos a entrar en el Pausa y se nos van a quitar todos los males.
-Camarero, dos Manhattan, por favor.
-Con más whisky que Bermú.
Tú no lo ves, ¿no?
Si es que no ha venido, no sé para qué me hago ilusiones.
-Ah, pero te habías hecho ilusiones y yo creí que no era tan guapo.
-Y no es tan guapo.
Si en París guapos había muchos.
Si alguno me hubiera mirado con esos ojos, qué ojos, ¿no, Ana?
-Gracias, Rubita.
Tú también tienes unos ojos preciosos.
-Anda ahí.
¿Y quién te ha dicho que estábamos hablando de ti?
-Ah, ¿no?
Vaya, hombre, yo que me estaba haciendo ilusiones.
Tu amiga me lo está poniendo muy difícil.
-Perdona, ¿tú eras?
-Ana.
-Encantado.
-Igualmente.
Él es mi amigo Antonio.
Si te gusta bailar, Elvis Presley aprendió de él.
-Bueno, es un poco fanfarrón, pero tiene buen fondo.
-Encantado, Ana.
-¿Qué tal?
-Bueno, hemos hecho las presentaciones, habrá que regarlo con una copa.
Un San Francisco para ti, Rita.
A ver si así me dejas invitarte a bailar.
Camarero.
-Dos Manhattan para las señoritas, con doble de whisky.
-Gracias.
-Van fuerte las señoritas.
-Pero si ponga otros dobles, a ver si no vamos a estar a la altura.
-Por vosotros.
-Ah, don Mateo.
No pensé que aún estuviera aquí.
-¿Te sorprende?
Viendo lo bien acompañado que estaba hoy, pues pensé que estaría cenando con una de esas chicas.
-Guárdame el secreto.
No me gustan las modelos, son muy vanidosas.
-¿Y tú no lo eres?
-Precisamente por eso.
No debes buscar a alguien que sea demasiado parecido a ti ni demasiado diferente.
Es lo complicado del amor.
El amor y de todo lo demás.
-Un mal día, ¿eh?
-Problemas laborales.
Cosas que no podría contarle a una empleada.
-¿Una empleada?
¿Dónde hay aquí una empleada?
Yo más bien veo a una amiga.
Estoy aquí para lo que necesites.
Te debo una.
Yo me desahogué contigo el otro día.
Me acuerdo, me acuerdo.
Dos horas y cuarenta y cinco minutos hablándome de Pedro.
Espero que por lo menos te sirviese para aclararte un poquito la cabeza.
-Sí, sí que me sirvió.
Lo he dejado con él.
Sabía que podría alegrarte el día.
Don Alberto se me ha hecho muy tarde.
Yo ya me marcho.
-Voy a ir contigo.
-No, de verdad, Mateo.
-No te estoy preguntando, te estoy diciendo que voy a ir contigo, punto.
Eres el único que ha confiado en mí, no te voy a dejar solo ahora.
-Vamos.
-Veo que está decidido a hacerlo.
-Espérame fuera.
Lo siento, Emilio, pero no tengo tiempo para discutir con usted ahora.
-Su padre jamás dejó de pagar una sola nómina, por muy mal que fueran las cosas.
-Yo no soy mi padre.
-Tienes razón, cada día se le parece menos.
-Me están chantajeando, Emilio.
Me amenazan con llevar las galerías a la ruina si no pago 100.000 pesetas y, lamentablemente, este es el único dinero que tengo.
-¿Pero quién?
-No lo sé.
Ojalá lo supiera.
-¿Con qué le están chantajeando?
Todo esto es un error desde el principio, y tanto mi sobrina como usted lo sabían perfectamente.
-Repondré el dinero de las nóminas cuanto antes, se lo prometo.
¡Vámonos!
-Lleva todo lo que necesites en la maleta.
Un par de jerseys de lana para cuando haga frío.
Que aquí hace mucho frío, ¿eh, cariño?
Y toma, también te he traído de esto, por si te pide de comer.
Que te va a pedir.
Que coma bien.
-Rosa María, vamos a ver, ¿me estás pidiendo que me quede con el niño?
¿Dónde lo dejo, en los almacenes con los maniquís?
-¿No crees que quiero dejarle aquí?
No tengo opción, ya te lo dije.
-¿Dónde está tu familia, Rosa María?
-Mi madre murió, mi padre está enfermo.
Y además, que quiero que crezca con su padre.
-¿Su padre?
¿Sabes dónde vive su padre?
En el sótano de una tienda, en una habitación sin baño.
-Mamá, ¿qué vamos a hacer?
Papá no se quiere quedar conmigo.
-Que no, tonto.
-Aquí suelen poner muy buena música.
¿Es la primera vez que vienes?
Porque no me suena a tu cara.
Que no es que me fije en la cara de todos los chicos que entran, ¿eh?
De hecho, no me fijo para nada.
-Sí, sí, es la primera vez que vengo.
Pero porque no sabía que había tanta chica guapa.
Si vengo en fin de semana, ¿te encuentro en la pista?
-Bueno, siempre y cuando tenga una buena pareja de baile, claro.
Pues el Pausa es como mi segunda casa.
Venimos aquí día sí, día no.
Después de la jornada, claro.
Menos la última semana que estuve en París.
-¿En París?
-Sí.
-Es una chica de mundo, Rubita.
-Bueno, de mundo de mundo tampoco, pero cosas de trabajo, ya sabes.
Porque trabajamos para un diseñador muy famoso que se llama Raúl De la Riva.
Y a mí me deja llamarle Raúl.
Y estuvimos de compras, de encajes y de telas.
-Pero ¿tú sabes hablar francés?
-Mais oui!
¿Quieres que te diga algo en francés?
-Sí, ¿qué tal, por ejemplo?
Adolfo, me muero de ganas de bailar contigo una lenta.
-¿Cómo te lo voy a decir antes si ya lo has hecho tú?
-Rubita, eres una caja de sorpresas, ¿eh?
Y a mí me encantan las sorpresas.
-Pues me alegro.
-¿Seguro que no te apetece un baile?
-No, estoy bien, gracias.
-¿Y trabajáis juntas en las galerías?
-Sí, pero no de cara al público.
-En el taller, ¿no?
Ya, sois modistas.
Es que tienes manos de modista.
Y, ¿sabes?
Mi madre también lo es.
Es que las manos hablan mucho de uno mismo.
Solo hace falta tener un poco de vista y de imaginación, claro.
¿Por qué no lo intentas tú?
A ver si adivinas a lo que me dedico.
-No lo sé.
¿Cocinero?
-Frío.
Muy frío.
-Bueno, déjame que lo intente de verdad.
¿Trabajas con las manos?
¿Mecánico?
-¿Mecánico?
Bueno, mecánico y carpintero y fontanero y todo lo que tú quieras.
Desde los 14 años, el chapuces más famoso de todo Chamberiz.
¿Ves como tenía razón con esto de las manos?
-¿Me disculpas un momento que voy al baño?
-Sí, sí, claro.
-Perdón.
-Rita.
-¿Qué?
-Por favor, ven ya allí.
-Que no, que ahora vamos a bailar una lenta.
-Bueno, vale, pues yo te dejo aquí y me voy.
-No, no, no, Ana.
Venga, por favor, media hora, ¿vale?
Solo media hora.
Te prometo que luego me voy contigo, de verdad.
-Rita, voy al baño.
Cuando vuelva, por favor... -Vale.
-Bueno, ¿qué?
¿Nos tomamos un Manhattan, Rubita?
-¡Ay, que se me va por el otro lado!
-¡Camarero!
-Y en el piso de abajo tenían un piano y la gente subía a cantar.
Y a mí al final me convencieron.
Y como no me sabía ninguna de francés, pues me lancé con La Verbena de la Paloma.
Que no es que entendieran nada, pero vamos, aplaudían como locos.
-Pues ¿qué quieres que te diga?
Yo soy más de playa.
Donde esté la tranquilidad de mi Benidorm, que se quite la torre Eiffel.
-A mí me encanta la playa, pero hace tanto que no voy.
-Bueno, pues yo te invito.
Además, tienes que estar espectacular en bañador.
-Pero qué cosas dices.
-¿No es verdad?
-Bueno, vas a tener que invitarme para saberlo.
-Y no lo he hecho ya.
-No lo sé.
-¿Lo has hecho ya?
-¡Rita!
-¿Qué haces aquí?
-Necesito que vengas conmigo.
-Necesito tu ayuda, Rita.
-¿Ayudar a qué?
-Tengo un problema.
No te lo puedo contar ahora, pero es que cuando lo veas me vas a entender perfectamente.
-¿Algún problema?
-No, no.
Ninguno.
Pedro, que ahora estoy ocupada.
-¿Estás con...?
-Sí.
-Bueno, lo mío es muchísimo más importante, Rita.
De verdad.
Que si no fuese importante yo no te lo pediría.
Porque tú vas a pensar que estoy loco, que no me conoces.
Pero cuando lo veas me vas a entender perfectamente.
Te juro que es la última vez que te pido algo, Rita.
-¿Tienes que irte justo ahora?
-Pedro, ahora no.
-Gracias.
-Es mi cuñado.
-No hace falta que me des explicaciones, da igual.
Me estabas diciendo lo guapísima que estás en el bañador.
¿Estás bien?
-Tengo que irme, lo siento.
Me voy a arrepentir de esto, si yo ya lo sé.
¿De dónde ha salido este niño?
-Me llamo Manuel, pero me puedes llamar Manolito.
-Es mi hijo.
-¿Pero cómo que tu hijo?
¿Tuyo y de quién más?
-De Rosa María.
-Pero vamos a ver, vamos, vamos a ver, ¿eh?
-Sí, dime, dime, dime.
-Cuando... -¿Cuántos años tienes?
-Siete.
-¿Pero hace siete años?
-Hace siete años yo no estaba con Clara, si es lo que te preocupa.
Era soltero.
-Soltero e idiota.
-Vale, eso no te lo niego.
¿Qué hago, Rita?
-Pues tienes que contárselo a Clara, es tu novia, tienes que decírselo.
-Ya no, ya no.
-¿Cómo que ya no?
-Hice lo que me dijiste y me ha dejado.
Vamos, eso creo que es lo que ha pasado.
-Lo siento.
-Que nada, que necesita tiempo, que necesita pensarse las cosas.
De verdad pienso que si tengo la mínima posibilidad, por pequeña que sea, si yo le cuento que tengo un hijo, esto se va a pique.
-Bueno, pues nada, le metemos debajo de la cama y le traemos comida de vez en cuando y aquí no ha pasado nada.
-Papá, no quiero dormir debajo de la cama.
-Que no, bobo, que es broma.
Ayúdame.
-Pequeñajo, que la tía Rita está así de loca.
Pero que tú tranquilo, ¿eh?
Que ya se nos ocurrirá algo para que puedas dormir a piernas sueltas, ¿vale?
-¿Y Rita?
-Pues me temo que nos han dejado solos.
Porque a tu amiga le ha surgido algo y a Adolfo se ha ido a llorar de pena.
-¿Cómo que le ha surgido algo?
-Vino su cuñado y no sé qué problema tenía, pero me ha dicho que no hacía falta que tú te fueras.
-Bueno, ya tenía que irme casi, hay toque de queda.
-Pero eso, ¿qué es?
¿Una pensión o un internado?
-Buena pregunta.
Gracias por el Manhattan.
-Dime que no te marchas.
-Lo siento.
-No, si lo sientes de verdad, quédate.
Tómate la última conmigo.
-Hoy no tenía ni que haber venido.
Vine por ella.
-¿Un mal día?
Bueno, ¿entonces vámonos?
-No te preocupes.
Puedo ir sola.
-Sí, puedes, pero es mucho más aburrido.
Y además, yo soy un caballero y no puedo permitir que una señorita vuelva a casa sola a estas horas.
Así que... -Señora.
-Sí, Elvira, dígame.
-Tiene una visita esperando en el salón.
-Ah, muy bien.
-¿Me permite?
-No, no es necesario, gracias.
Puede retirarse.
Emilio, no sé de qué se trata, pero no son horas, así que, sea lo que sea, lo podemos hablar mañana en las galerías.
-Será sólo un minuto.
-Usted dirá.
-Sé que están chantajeando a don Alberto.
-No sé de lo que me está hablando.
-Pues verá, señora, primero el robo en las galerías.
Y hoy ha vuelto a caer por allí Fernando Varela, preguntando por usted y diciéndome que se le acaba el tiempo.
No sé si la ofendo, pero a mí todo esto no me suena bien.
-Por supuesto que no me ofende, ya le he dicho que no sé de lo que me está hablando.
-Entre lo que usted dice y lo que hace, señora, siempre hay una pequeña diferencia.
-Si ha venido usted a acusarme a mi propia casa, hágalo de una vez y luego márchese.
-Es curioso cómo se parece ese maletín al que ha sacado don Alberto de las galerías.
¿Qué tiene dentro?
A ver si lo adivino.
¿Cien mil pesetas?
¿Le parece suficiente acusación, señora?
¿Va a permanecer indignada unos cuantos minutos más o me devuelve el maletín y acabamos cuanto antes?
-Esto no es asunto suyo.
-Pero sí el futuro de los empleados, y no consiento que ni usted ni nadie juegue con él.
-Emilio, si tanto le importa el futuro de los empleados, a lo mejor debería hablar con su sobrina, porque no sé si sabe que sigue siendo la querida de Alberto.
-La vida privada de mi sobrina le corresponde a ella y a nadie más.
-Muy bien, pero no lo que haga Alberto.
Alberto es un hombre prometido.
Y estoy segura de que a Cristina no le hará ninguna gracia saber lo que se trae Alberto con su sobrina.
¿Usted qué opina?
-Que si habla usted, hablaré yo también.
-¿Me está amenazando?
-¿Qué cree usted que diría Alberto Márquez si supiese que su madre sigue viva?
-Voy a llevarme el maletín.
-¿Crees que volveremos a ver esas fotos?
No lo sé.
Reza para que ese malnacido se conforme y no nos pida más dinero.
-Rezar, lo que necesitamos es un milagro, porque si no, no sé cómo vamos a pagar las nóminas de este mes.
-Eso ya lo pensaremos mañana.
-¿No prefieres que te lleve a otro sitio?
Cristina vive solo a cuatro manzanas de aquí.
-¿Estás bien con eso?
-Por favor.
-Me callo.
-Muchas gracias por todo.
-De nada.
-Te veo mañana a primera hora.
¡Ana!
¡Ana!
[inaudible] -Oye, Ana, ¿te gusta el cine?
-La verdad es que no suelo ir mucho.
-El domingo por la mañana, sesión doble.
¿Qué me dices?
-Que me encantaría, pero... -Pero tienes novio.
-Más o menos.
-¿Y cómo se tiene un novio más o menos?
-Porque es complicado.
-Pues si es complicado, déjalo, mujer.
Que la vida tiene que ser sencilla.
¿No ves?
Como yo.
A mí con pasear los domingos por el retiro.
O ir de vez en cuando al cine.
Que por Navidad me regales un par de calcetines y ya me tienes contento.
Si mientras tanto veo esa sonrisa, claro.
-¿Qué ha pasado?
-Nada.
-¿No quieres que te vean conmigo?
-No es eso, Antonio.
Es que hace mucho que no paseo con un chico y ya pierdo la costumbre.
-Pues eso tiene fácil arreglo.
-Mañana tengo que levantarme pronto y ya es muy tarde.
Me voy a ir.
-Bueno, pero ya sabes.
Si algún día necesitas a alguien con quien pasear, me ofrezco voluntario.
Las veces que haga falta.
-Vale.
-Hasta mañana.
-Hasta mañana.
-Anoche te vi, vine aquí a hablar contigo, pero estabas acompañada.
-Rita se tuvo que ir del Pausa y un amigo me acompañó.
-¿Qué hay de malo?
-No, no, no tiene nada de malo.
Tú puedes hacer lo que quieras.
¿Habéis decidido darnos un tiempo, no?
-Alberto, ¿así te enteras de una vez que podrías ser feliz con Cristina?
-¿Por qué eres tan perfecta?
Uno tendría que ser imbécil para no enamorarse de ti.
-Ana, ¿qué ha pasado?
-Emilio, el dinero de las nóminas.
Supongo que usted no tiene nada que ver.
¿Quién es el chantajista, Emilio?
-Don Emilio, ¿puedo hablar con usted?
-Sí, claro.
-Mi carta de renuncia.
Me voy.
Tengo otro trabajo esperándome.
-Supongo que no tengo modo de hacerle cambiar de idea.
-No.
-¿Pero por qué se habrá ido ahora?
Que está curado y que estáis tan bien.
-Mintió, se fue del hospital sin el alta.
Anoche me dijo que prefería estar muerto que verme sacrificarme por él.
-¿Sacrificar?
¿Pero a qué se refería?
-Vale, Rita, no sé qué hacer.
Te lo digo, no sé qué hacer.
-Deberías ir pensando, ¿no?
Y buscarle una escuela, por ejemplo.
-¡Manolito!
¡Manolito!
¿Qué haces?
-¿No está en el cuarto?
-¿Cómo no está?
Ay, Dios mío, que ya te dije que no teníamos que dejarle solo.
-Tú y yo.
Sin excusas.
Estos diseños van a cambiar la moda en España.
-No creo que España quiera que le cambien la moda.
-¿Es esto lo que vamos a presentar?
Creo que no soy la única que piensa que estos modelos no les van a gustar a nuestras clientas.
-Solo intento evitar que nos precipitemos.
-Las decisiones están tomadas.
-Te recuerdo que hicimos un acuerdo muy, muy particular.
-Un acuerdo que propuso usted.
Y yo he cumplido con mi parte.
Le pedí matrimonio a su hija, ¿no?
-Estamos discutiendo los términos de ese acuerdo a estas alturas.
Porque empiezo a dudar de haber hecho lo correcto al hacer ese pacto a espaldas de mi hija.
Todo lo que hago, hija, solo tiene un objetivo.
Que seas feliz.
-¿Pero a qué viene esto, papá?
Support for PBS provided by: